
El lúgubre e impresionante monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial, construido por orden de Felipe II, es uno de los monumentos más emblemáticos de todo el mundo. Las leyendas cuentan que fue erigido para tapar nada menos que una boca del infierno, como ocurrió en otros recónditos lugares. ¿Qué se oculta tras sus gruesos muros de piedra?
No hay muchos tratados y creo que casi ningún guía oficial, que vaya a explicarnos dónde mirar y como. Por eso hay que desvelar aquí, donde no nos lo pueden impedir, qué lugares hay que visitar en este laberinto y en qué cosas fijarse para entender sus misterios.
Iremos en primer lugar a la biblioteca, a la que llegaron libros muy especiales, sobretodo los que trataban de brujería, demonología, alquimia, conjuros y otros temas prohibidos -como el enigmático y buscado Enchiridion, de León III, un poderoso tratado de magia-. Todos fueron condenados por la iglesia y perseguidos por la inquisición, que intentó quemar los ejemplares. Pero, aunque la mayoría está en paradero desconocido, quedaron los que escondió en secreto -con la complicidad real- su creador y primer custodio, el extremeño Benito Arias Montano, a quien sucedió fray José de Sigüenza. Allí puede encontrarse también el siniestro Malleus maleficarum, un manual eficaz para reprimir todo paganismo a base de torturar con dureza a los sospechososos de tener tratos con seres sobrenaturales.
Este santuario, donde se intentó reunir todo el saber alcanzado hasta entonces, fue decorado por los pintores Tebaldi y Carducci siguiendo instrucciones de Arias Montano, fray José y Juan de Herrera. Con el consentimiento real, incluyeron claves esotéricas sobre la esencia del edificio, destinadas a ser entendidas por unos pocos iniciados.
Empezando por la referencia más antigua, fijémonos en una pintura que nos muestra a Orfeo descendiendo al inframundo a rescatar de la muerte a su esposa Eurídice. Lleva en la mano una lira con la que adormecerá al terrible can Cerbero, guardián de tres cabezas que custodia la tenebrosa puerta de una sola dirección. Llega hasta donde se halla el espíritu de su amada. Conmovidos, los reyes de los infiernos Hades y Perséfone, permiten que regresen al mundo, pero ella desobedece los mandatos de la sibilia Proserpina y vuelve la cabeza para mirar atrás. Por eso es castigada, y devuelta a las profundidades.
Esta referencia al mito clásico nos permite conocer cómo concebían los paisajes infernales, algo distintos a los que fueron adoptados por el cristianismo, basados en antiguos mitos y creencias de los pueblos de Oriente Medio.
Para el mundo clásico, la puerta a la morada de los espíritus estaba en la orilla opuesta a la de la vida de la laguna de Estigia. Los hombres sólo podían cruzarla antes de morir subiendo a la barca de Caronte -a quien tenían que pagar con una moneda, por eso se les ponía una en la tumba-. Ya sabemos que no regresaba casi nadie. Luego, según los méritos de cada uno, irían al cielo olímpico, los Campos Eliseos, lugar de plenitud y felicidad -un tanto orgiástica- junto a los dioses, o al Tártaro, un reino de dolor y desesperación, un pozo boscoso, oscuro y enmarañado, donde sufrirían torturas por las faltas cometidas. En ese infierno no hay ninguna referencia específica a un posible fuego eterno.
Esta zona está dedicada a la Música, una de las disciplinas del Quadrivium medieval, porque la lira de Orfeo tiene poder sobre los guardianes del más allá. Cerca, presidiendo el centro de la sala, vemos otro personaje poderoso, el rey Salomon, que propone enigmas numéricos a la reina de Saba.
Salomón y su magia.
Sabemos que se atribuye al hijo del rey David ser uno de los más grandes magos de todos los tiempos. Tanto fue así que la leyenda afirma que cambió su efigie durante un tiempo con el demonio Asmodeo, al que había atrapado con su poder, para descender a las cavernas donde estaba la escuela de Hermes, donde adquirió toda su legendaria sabiduría. Mientras tanto, el sustituto fue dirigiendo las obras del primer templo de Jerusalén. Cuando el rey volvió al mundo, encerró al demonio en una de las columnas del Templo, constituyéndose en su guardián, y por añadidura, en custodio del conocimiento oculto.
Pues bien, en la pintura mencionada que preside la biblioteca, aparecen las únicas palabras del judaísmo representadas en el edificio, en una época donde todo judío era causa suficiente para ser perseguido por la inquisición. Omnia in numero pondere et mesura. Se trata de una sentencia del Libro de la Sabiduría (11,20).- Todo lo dispusiste con número, peso y medida-.
Piensa el investigador Andrés Vázquez, que dos errores ortográficos en la grafía hebrea podrían tener la clave de la ubicación de secretos importantes, por ejemplo el lugar donde se ocultaron los libros malditos. Quizá una pequeña "biblioteca infernal" que el rey quiso controlar personalmente. Un tema implícito en el libro Inferno, de la doctora en Historia de la Medicina Mar Rey Bueno.
Hay otras claves que permiten seguir encontrando sorpresas en esta "Boca del infierno": las innumerables reliquias que contiene, la afición del rey a la pintura de El Bosco, y la función de la Torre de la Botica y su Casa de las Aguas.
Reliquias contra demonios.
Lucifer, el "ángel rebelde", es un personaje que tenía muy presente el Rey Prudente, pero del que seguramente poseía una idea equivocada a juzgar por su comportamiento supersticioso -en contra de la actitud oficial de la iglesia, que por otra parte consentía la veneración popular-. Así, acumuló para luchar contra estos primigenios "enemigos de Dios", casi siete mil reliquias de distintos santos -muchas de autenticidad más que dudosa-.
Tenerlas allí significaba proteger su "puerta del infierno" contra los ataques furibundo de las fuerzas del mal, por ejemplo rayos y tormentas, atribuidos en numerosas ocasiones a los manejos de Satanás. Por eso se colocó en la cúpula o cimborrio, una hornacina con supuestos restos de San Pedro, Santa Bárbara y otros santos indeterminados. También lo hizo en otros lugares del edificio.
Hoy, gracias a la libertad que tienen los investigadoress de la que carecían en otras épocas, conocemos cosas del mito de los "ángeles caídos" que nos permiten asombrarnos de creencias como esta. Lucifer es "El que lleva la luz-la Aurora-". Está relacionado simbólicamente con un fenómeno, la presencia en el cielo de la estrella de la mañana o lucero del alba, el planeta Venus, que también puede ser el de la tarde o véspero, cuando es visible el atardecer.
En este sentido lo empleó Isaías (14:12) en un texto traducido por San Jerónimo al latín para la Vulgata en el siglo V: "¡Cómo caíste del cielo, oh, Lucero, hijo de la mañana!..." Aunque al parecer el profeta se refería a un rey babilónico, los padres de la Iglesia lo relacionaron con la mítica caída del arcángel, que cometió el pecado de la soberbia. Después. el cristianismo le asimilaría a la figura del maligno. Metafóricamente, las "estrellas caídas" pueden ser tanto ángeles como los reyes de Israel, identificados ambos con estos astros.
Los judíos consideraron que Lucifer y Satan eran dos entes distintos. Este último, -también llamado Belial- sería el "tentador" a quien Dios encarga probar la virtud de los hombres -los gnósticos consideran que realmente su verdadera función es la de iniciador en los más escondidos secretos al aspirante a la sabiduría-. Una figura procedente del Shatan bíblico, "el oponente y acusador", delator de los hombres ante el tribunal divino, por tanto su mayor enemigo. Los luciferinos, por su partem lo equiparan en poder a su Creador.
Según el Nuevo Testamento, en su condición de ejecutor absoluto del mal, tienta a Jesucristo e incita a los hombres a pecar y por tanto es el "adversario" de toda bondad, del Bien.
Como vemos, todo lo demoníaco o diabólico pertenece al mundo de lo simbólico-espiritual, por lo tanto, los infiernos -tal y como reconoce la moderna teología e hizo Juan Pablo II-, serían más un estado del alma que un lugar donde hay tormentos físicos. ¿De dónde proceden, pues, las descripciones que llevaron a los artistas a crear una iconografía terrorífica con tormentos terribles e infinitos? Pues de varias fuentes, entre las que destacó la iconografía medieval -románica y gótica- y la Divina Comedia de Dante Alighieri, relacionada con la Eneida de Virgilio. Ambas inspiraron a un hombre fundamental para explicar las inquietudes de Felipe II: Hieronimus van Aken, universalmente conocido como El Bosco, cuyas pinturas buscó con la vehemencia empleada con las reliquias.
Monstruos e infiernos medievales y renacentistas.
Para entender la imagen que más pesó sobre los terrores nocturnos de aquel hombre atormentado por el más allá, hay que conocer bien los que se vivieron durante el final del primer milenio.
Sin duda en aquel ambiente influyó notablemente la aparición entre los siglos X y XI de varios manuscritos acompañados de características ilustraciones ricamente iluminadas, llamados Beatos. Se trata de copias del Apocalipsis de San Juan, acompañadas de los Comentarios, elaborados en el siglo VIII por Beato, abad de Santo Toribio de Liébana (Cantábria), de quien procede su nombre. Uno de ellos es uno de los más importantes libros que se conservan en la Biblioteca de El Escorial.
Las imágenes que contienen recrean los monstruos y señales que habrían de acompañar la aparición del Anticristo, como anuncio del fin de todo. Pero lo que más nos importa es que de ellas procede gran parte de la iconografía medieval, cuyo estilo mezcla corrientes bizantinas y árabes que entraron en Europa a partir del año 711, cuando comienza oficialmente la Reconquista.
El bestiario románico, por ejemplo, concibe terribles monstruos que pueden ser diablos, pero también representaciones grotescas de la fealdad del pecado e incluso supuestos espíritus malignos o protectores de los edificios. La evolución al gótico significa la aparición de gárgolas y demonios que protegen fundamentalmente las catedrales, a las que también se consideró tapones de los accesos al infierno. En algunos pórticos aparecen estos diablos, unas veces como alimañas, otras como seres atropomorfos de aspecto terrorífico, y en otras, seres fabulosos que devoran las almas de los pecadores.
En cuanto a la Eneida, Eneas va a visitar a la sibila de Cumas, a la que dice: "Una sola cosa te pido, pues es fama que aquí está la entrada al infierno, aquí la tenebrosa laguna que forma el desbordado Aqueronte...". La profetisa le indica que para entrar a buscar a su padre al Averno tiene que conseguir una aurea rama que será la llave del inframundo. James Frazer dice en su célebre ensayo La Rama Dorada que se trata de muérdago, una planta sagrada porque, al no crecer en el suelo, no puede ser utilizada como instrumento por los espíritus malignos. Las descripciones de Eneas de los paisajes recorridos incluyen frases como esta: "Todo el centro del Averno está poblado de selvas que rodea el Cocito con su negra corriente". Basándose en este poema, Dante recreó cómo sería el infierno y el purgatorio, donde le sirve de guía el espíritu de Virgilio. El infierno es un cono que penetra en las profundidades en nueve círculos. En el último están Lucifer y Judas, que es devorado contínuamente por sus fauces.
El purgatorio es simétrico al infierno, pero esta vez se trata de una meseta con siente escalones donde, por orden de gravedad, se purgan los pecados hasta llegar a conseguir la redención que conducirá las almas al cielo.
Este último es visitado por el poeta, pero esta vez acompañado de Beatriz, la "beatificadora". También tiene nueve círculos y presenta una estructura semejante al Sistema Solar, con su centro en la Tierra. En el último, por supuesto, está Dios como controlador de cuanto existe a través del amor.
Los tres reinos del Bosco.
Todo lo dicho fue resumido por el Bosco en su obra más famosa y enigmática. Se trata de un tríptico llamado El Jardín de las de las Delicias que, cerrado, representa el tercer día de la creación, donde se ve a la Tierra dentro de una esfera transparente. Su parte izquierda representa la Creación de Adán y Eva y el Pecado Original, que significó la desobediencia femenina. Hay elementos simbólicos impactantes, como una alucinante Fuente de la Vida, o el Árbol del Bien y del Mal en el que se enrosca la serpiente -que erróneamente se identifica con el Diablo cristiano, cuando es un símbolo de sabiduría-. El Árbol de la Vida, que es un drago canario, especie que no se sabe cuando conoció el autor, que jamás estuvo allí. Algunos animales son desconocidos, inspirados en monstruos medievales. En primer plano existe una entrada a los reinos inferiores por donde asoman algunas criaturas siniestras -otra Puerta del Infierno-.
La tabla central recrea el engañoso mundo como un falso Edén sensual y promiscuo. Arriba, la Fuente de los Cuatro Ríos, quebrada como alegoría de la inconsistencia de la vanidad. En el centro, la Cabalgata de los Deseos, gira alrededor de un lago lleno de mujeres que se bañan desnudas. Debajo, pueden adivinarse prácticas heterosexuales, homosexuales, "placeres solitarios", e incluso sexo con animales. Y a la derecha, las imágenes que turbaban tanto la mente del rey. El infierno es aquí un lugar donde pecados y faltas son castigados de modos delirantes. Destaca un hombre-árbol, un extraño montaje donde aparece un rostro que podría ser tanto el demonio como el propio pintor y el infierno musical, en que diversos instrumentos, como el arpa, torturan a los condenados.
Muchos motivos son de imposible interpretación sin suponer que debió de tener conocimientos ocultos, algo que Felipe II intentaba desentrañar contínuamente, como una clave para conjurar el mal absoluto. En este sentido se pronunció el retratista Domenicus Lampsonius con este ditirambo: "¿Quien fuiste tú, Jerónimo Bosch, que con mirada atónita, descubres pálidos lémures? Volotean cercanos espectros del Erebo salidos del fondo del Tártaro. ¿O fuiste tú mismo al Averno, para poder así pintarlos con tu diestra?". Pues ese cuadro, que el Rey Prudente consiguió a cualquier precio, presidió su habitación en el monasterio y su vida, y sus imágenes le persiguieron hasta el momento de su muerte, en el que quiso tenerlo delante.
La maldición de la Casa de las Aguas.
En la llamada Torre de la Botica, la que mira a poniente, Felipe II mandó instalar la Casa de las Aguas, un espacio destinado a enfermería y laboratorio que sirvió para practicar la alquimia, la espagiria y la destilación.
El primer boticario se llamó Francisco Bonilla, hombre de carácter terriblemente irascible. A Vincenzo Forte se le encargó la construcción de un gran artificio destilador llamado la Torre de Mattiolo. Jean l´Hermite, viajero y cronista, nos da la lista de algunas sustancias empleadas. Algunas nos permiten deducir qué cosas se intentaron obtener: "Azufre, cobre, coral, hierro, oro potable, piedra alumbre, plomo, quintaesencia de vino, tártaro, vitriolo, ajenjos, llantén, láudano, melisa, resina, ruda."
Sabemos que la primera intención real era obtener oro, pero por su mala salud y ante los fracasos, decidió mandar la obtención de las que llamaban quintaesencias, o sea, el principio activo puro de plantas y minerales. Por lo tanto, podemos afirmar que basándose, y en algunos casos dando categoría oficial a viejas prácticas que habíam llevado a hechiceros y brujas ante los tribunales de la inquisición -algunos terminaron en la hoguera-, fueron desarrollando la farmacopea del Siglo de Oro. Ejemplos: el láudano, creado por el alquimista Paracelso, era básicamente opio disuelto en alcohol; la ruda, que es una planta que había sido utilizada popularmente para realizar prácticas abortivas..
Tales actividades eran muy impopulares, tanto entre los religiosos más ortodoxos, como entre las gentes supersticiosas, que veían en ellas manejos poco piadosos. No había duda, sobre todo porque aquella torre era -y es, por situación- la más frecuentemente preferida por los rayos, fueran estos voluntad de Dios, que no aprobaba su existencia, o del demonio, que espectacularmente la adornaba como prueba de su influencia en cuanto allí se hacía.
Cuenta además un "rumor popular" que desde entonces, en las noches tormentosas, en el balcón que comunica aquella Torre maldita con la Galería de Convalecientes, puede verse el fantasma de su primer boticario. Hoy día, curiosamente es uno de los espacios de acceso más limitado de todo el monasterio de El Escorial, por alguna razón que, o no sabe nadie, o nadie quiere contar.
Fuente: Revista Enigmas nº 178