
Está establecido que los años jacobeos sean aquellos en los que la festividad de Santiago Apóstol, que se celebra el 25 de Julio, coincida con domingo. Esa circunstancia no volverá a repetirse hasta 2021. El origen de los años santos jacobeos se encuentra en la decisión tomada por el papa Calixto II en 1126 para oficializar la afluencia masiva de peregrinos, procedentes de los más apartados lugares del orbe, a la tumba del apóstol Santiago en la ciudad de Compostela, ubicada en el finis terrae, que era la Galicia de la Edad Media, donde moría el Sol en las aguas del entonces denominado mar Tenebroso, acerca del cual se contaban extrañas leyendas. La decisión del Papa institucionalizó el Camino de Santiago, que, a decir de algunos, discurría sobre una antigua ruta por la que en otro tiempo transitaron los druidas y que llegaba hasta el borde del mar, algo más allá del sitio donde estaba la tumba del apóstol.
Según la tradición, Santiago había evangelizado Hispania y, tras sufrir martirio en Jerusalén, sus discípulos trajeron su cuerpo a la Península Ibérica –una versión señala que fue depositado en una barca vacía que llegó milagrosamente hasta las costa gallegas-, siendo Ira Flavia el lugar donde se procedió a sepultarlo.
Transcurrieron siglos de silencio en torno a la tumba sobre la que alguna hipótesis ha aventurado que, en realidad, guarda los restos de Prisciliano, un obispo del siglo IV que defendió posiciones consideradas heréticas por la ortodoxia ecesiástica de la época. Fue condenado como hereje y decapitado en la ciudad de Tréveris (alemania) y para sepultarlo algunos de sus discípulos trajeron su cuerpo hasta Galicia, donde tenía numerosos adeptos.
Ese silencio se rompió a comienzos del siglo IX cuando se corrió la voz de que un pastor había sido testigo de un extraño fenómeno: una estrella se posaba sobre un lugar, como si señalara un punto de interés. El obispo de la diócesis, Teodomiro, dio por buenas dichas afirmaciones y en el lugar se descubrió una tumba que fue identificada como la del apóstol Santiago.
Muy pronto los peregrinos trazaron itinerarios con etapas establecidas en lugares concretos donde se alzaron iglesias, monasterios, hospederías u hospitales. Se construyeron puentes, se abrieron caminos e incluso surgieron ciudades, como Santo Domingo de la Calzada. Quienes peregrinaban a Compostela adoptaron una indumentaria característica que los identificaba y también saludos que les eran propios, como el grito de Ultreya.
El más famoso de esos caminos se denominó “camino francés” por ser, sobre todo, gentes de esta nacionalidad quienes lo recorrían. Desde tierras de Francia eran varias las vías que seguían los peregrinos y confluían conforme avanzaban hacia su destino. Cruzaban los Pirineos por el paso de Somport, que llevaba hasta Jaca, y por el de Roncesvalles, que conducía a Pamplona.
Se cuenta que entre los peregrinos que arribaron a Santiago de Compostela durante la Edad Media se encontró un personaje extraordinario: el célebre alquimista Nicolas Flamel, cuya vida y existencia están envueltas en la leyenda, aunque no hay duda de su existencia real. La lápida de su tumba puede verse hoy en el parisino museo de Cluny, después de que fuera rescatada de las manos de un carnicero que la utilizaba por su rverso como tabla para cortar la carne. Fue vecino de la ciudad de París en la segunda mitad del siglo XIV y primeras décadas del XV, y ejerció como escribano y librero en el barrio de Saint-Jaques-de-la-Boucherie, donde vivió junto a su esposa, llamada Parnelle.
La peregrinación a Compostela de Nicolas Flamel ha sido puesta en duda por algunos autores, aunque el propio escribano dejó constancia de ella en su Libro de las figuras hieroglíficas, donde señala que hizo voto a Dios y a Santiago de Galicia para conseguir de algún sacerdote judío de cierta sinagoga española la interpretación de las figuras. Las figuras a las que Flamel se refiere son las que aparecían en un misterioso texto que, según él mismo contó, había llegado a su poder en 1357.
Se trataba del llamado Libro de Abraham el Judío, cuyo contenido encerraba extraordinarios conocimientos, pero expuestos con un lenguaje esotérico cuya interpretación solo estaba al alcance de algunos iniciados. Resultaba harto complicado adentrarse en los arcanos de sus veintiuna páginas y en las siete ilustraciones que las acompañaban, donde las serpientes tienen un especial protagonismo (presentes también en el símbolo del doble cadúceo hermético, estas se relacionan con la doble espiral del ADN).
La doble espiral.
Existe un símbolo que es estrechamente conexo al del yin-yang: este símbolo es la doble espiral que desempeña un papel extremadamente importante en el arte tradicional de los países más diversos, y concretamente en el de la Grecia arcaica. Como se ha dicho muy justamente, esta doble espiral, que puede considerarse como la proyección plana de los dos hemisferios del Andrógino, ofrece la imagen del ritmo alternado de la evolución y de la involución, del nacimiento y de la muerte, en una palabra representa la manifestación bajo su doble aspecto . Por lo demás, esta figuración puede considerarse a la vez en un sentido «macrocósmico» y en un sentido «microcósmico»: en razón de su analogía, siempre se puede pasar del uno al otro de estos dos puntos de vista por una transposición conveniente.Desde este punto de vista, se pueden considerar las dos espirales como la indicación de una fuerza cósmica que actúa en sentido inverso en los dos hemisferios, que, en su aplicación más extensa, son naturalmente las dos mitades del «Huevo del Mundo», siendo los dos polos los puntos alrededor de los cuales se enrollan estas dos espirales. Se puede observar enseguida que esto está en relación estrecha con los dos sentidos de rotación del swastika , puesto que éstos representan en suma la misma revolución del mundo alrededor de su eje, pero vista respectivamente desde uno y otro de los dos polos; y estos dos sentidos de rotación expresan en efecto la doble acción de la fuerza cósmica de que se trata, doble acción que es en el fondo la misma cosa que la dualidad del yin y del yang bajo todos sus aspectos.
La doble «espiración» (y se observará el parentesco muy significativo que existe entre la designación misma de la espiral y la del «spiritus» o «soplo»), es el «expir» y el «aspir» universales, por los que son producidos, según el lenguaje taoísta, las «condensaciones» y las «disipaciones» que resultan de la acción alternada de los dos principios yin y yang, o, según la terminología hermética, las «coagulaciones» y las «soluciones»: para los seres individuales, son los nacimientos y las muertes, lo que Aristóteles llama genesis y phthora «generación» y «corrupción»; para los mundos, y lo que la tradición hindú designa como los días y las noches de Brahmâ, como el Kalpa y el Pralaya; y, a todos los grados, tanto en el orden «macrocósmico» como en el orden «microcósmico», se encuentran fases correspondientes en todo ciclo de existencia, puesto que son la expresión misma de la ley que rige todo el conjunto de la manifestación universal.
La forma helicoidal está presente en lo más recóndito de los seres vivos, como en la doble hélice del ADN (ácido desoxirribonucleico) que codifica nuestra herencia. El cuerpo humano también contiene la triple hélice del cordón umbilical –formado por dos arterias y una vena–. Tenemos remolinos en el pelo, rizos o tirabuzones. Las huellas dactilares, las glándulas sudoríparas y los folículos pilosos, así como la estructura torsionada de algunos huesos y el caracol de nuestro oído interno –una de las espirales más perfectas– también evocan la misma forma, que asimismo observamos en las olas que culminan enroscándose, en las conchas de los caracoles, el movimiento de los ciclones o tornados y las curvas espirales divergentes o centrífugas de las galaxias. Todos estos casos constituyen ejemplos de cómo la naturaleza repite una y otra vez este motivo que nos acompaña desde que nació el sistema solar. Al fin y al cabo, éste es una espiral que integra otra mucho mayor: el inmenso remolino de la Vía Láctea, que gira vertiginosamente en el espacio repitiendo el mismo motivo.
El caduceo, emblema de Hermes (Mercurio), es una varita alrededor de la cual se enrollan en sentido inverso dos serpientes. La serpiente posee un doble aspecto simbólico, benéfico y maléfico, cuyo antagonismo y equilibrio presenta el caduceo: tal equilibrio o polaridad es propio sobre todo de las corrientes cósmicas, figuradas más generalmente por la doble espiral. Mercurio, dice Saint-Martin, mantiene el equilibrio entre el agua y el fuego. Nicolás Flamel y los alquimistas llaman Mercurio y Azufre a los dos principios. La leyenda del caduceo se relaciona claramente con el caos primordial, con su polarización (separación de las serpientes por Hermes) y con el enrollamiento alrededor de la varita que realiza el equilibrio de las tendencias contrarias alrededor del eje del mundo.
El Alquimista
Después de veinte años tratando de descifrar el contenido del libro, Nicolas Flamel decidió viajar a Castilla para buscar la ayuda de un sabio rabino que fuera acreditado cabalista. Necesitaba ayuda para desentrañar el misterio de aquellas páginas. Un día del año 1379 decidió hacer el Camino de Santiago. Partió de la parroquia de Saint-Jaques-de-la-Boucherie, que era el lugar donde se reunían los peregrinos que salían de París para peregrinar a Compostela. Cruzaban el Sena y abandonaban la ciudad por la puerta de Orleans para dirigirse a esta ciudad y seguir por la que llamaban vía Turonensis, cuyo nombre le venía dado al discurrir por la ciudad de Tours, patria de uno de los santos de mayor consideración entre los franceses, san Martín de Tours.
Según nos cuenta el propio Flamel, encontró en ese viaje a uno de los más reputados cabalistas de su tiempo, el maese Canches. Varios indicios y el propio testimonio del alquimista señalan que logró desentrañar el misterioso arcano que encerraban las páginas del Libro de Abraham el Judío gracias a la ayuda de Canches. A partir de esos conocimientos consiguió, según sus propias palabras, transmutar, el 17 de Enero de 1382, una libra de mercurio en plata de una pureza extraordinaria y ocho días más tarde hacer otra transformación de mercurio en oro finísimo.
Estas y otras transmutaciones le permitieron obtener grandes cantidades de oro alquímico que no modificaron su discreta vida en el barrio de Saint-Jaques-de-la-Boucherie, pero sus bienes de fortuna crecieron de forma importante, como señalan las costosas obras que emprendió a sus expensas en diferentes lugares de París.
Se cuenta que, en 1797, al ser derribada la iglesia en la que recibió la sepultura, algunos curiosos –las leyendas en torno a Flamel y su descubrimiento de la Piedra Filosofal ya circulaban con profusión- abrieron su tumba y la encontraron vacía. Se ignora si se trata de un mito más que alimentaba los rumores en torno a su inmortalidad o, por alguna circunstancia desconocida, el cadáver de Flamel había desaparecido de su sepulcro. También algunos estudiosos del alquimista parisino han barajado la posibilidad de que las exequias fúnebres de su sepelio fueran un montaje porque el alquimista, en realidad, no había fallecido y, simplemente, se quitaba de en medio.
En cualquier caso, la existencia de Nicolas Flamel está envuelta en el misterio, al igual que su peregrinación a Compostela, que ha servido para construir buena parte del libro recién publicado “El secreto del peregrino”, que no es otro que Nicolas Flamel, y relacionar su vida con la Gran Obra que persiguieron los alquimistas medievales a través de un libro misterioso: el Libro de Abraham el Judío.
.
Fuentes: Símbolos, por M.Ragon / Revista Mas Allá nº261
No hay comentarios:
Publicar un comentario