jueves, 23 de diciembre de 2010

LAS CARTAS DE ISAAC NEWTON AL DOCTOR BENTLEY




Tanto Galileo en Italia, como Descartes y Gassendi en Francia, se propusieron no un rompimiento, sino una suerte de entendimiento o compromiso entre la ciencia naciente y la tradición y tutela intelectual religiosa. Por desgracia, en aquellos países tal entendimiento no llegó a cristalizar, y lo que pudo haber sido una relación armónica entre la ciencia y la religión se transformó, ya en 1616 (fecha de la prohibición del copernicanismo por la inquisición romana), en un conflicto abierto.
Incluso durante el siglo XV el cardenal Nicolás de Cusa pudo defender, de palabra y por escrito, una cosmología infinitista de orígen neoplatónico, sin ser criticado ni perseguido por la iglesia, a pesar de que aquella se encontraba en manifiesto desacuerdo con las escrituras.
A partir del Concilio de Trento, que representó una reafirmación del aristotelismo en lo científico, y del literalismo bíblico en lo religioso, la actitud de la iglesia se tornará mas conservadora y adoptará una conducta represiva hacia cualquier manifestación, supuesta o real, de disidencia intelectual.

En la Inglaterra de Newton, sin embargo, el desarrollo de la ciencia no conducirá a un choque con la religión, como el que se dió en los países sometidos al control intelectual de la Contrarreforma. La explicación de esto parece encontrarse tanto en la propia actitud de la iglesia protestante hacia la ciencia en el siglo XVII, como en el hecho de que los científicos ingleses se las arreglaron para conciliar la filosofía de la naturaleza subyaciente en la ciencia triunfante, es decir, el mecanicismo o filosofía cropuscular, con los principios de la teología dominantes en la sociedad del período de la Restauración.
Estos hechos aportan algunos de los antecedentes a partir de los cuales pueden explicarse los esfuerzos de Robert Boyle, Richard Bentley, Samuel Clarke y de tantos otros científicos teólogos ingleses, por combatir públicamente el ateísmo y el materialismo con los argumentos de la teología natural.
Recaería sobre Richard Bentley, Master del Trinity College, Universidad de Cambridge, y posteriormente Doctor en Teología, quien entonces tenía sólo 30 años de edad, la responsabilidad de hacerse cargo de los ocho discursos siguientes:

1-La locura del ateísmo y el deísmo incluso con respecto a la vida presente.
2-La materia y su movimiento no pueden pensar.
3,4,5-Refutación del ateísmo a partir de la estructura del cuerpo humano.
6,7,8- Una refutación del ateísmo a partir del origen y estructura del mundo.

Es en la preparación de estos últimos discursos que Bentley, quien se había propuesto emplear la ciencia newtoniana con fines apologéticos, pero que no sabía suficientes matemáticas como para entender las complejas formulaciones de los Principia, se verá obligado a solicitar la ayuda de Newton. Por desgracia para los estudiosos, a excepción de una (la tercera), no se han encontrado las cartas que Bentley escribiera a Newton, de modo que el contenido de éstas sólo puede reconstruirse aproximadamente a partir de las respuestas dadas por el gran físico y matemático. Con la ayuda del siempre informativo Koyré, las principales preguntas que Bentley le planteó a Newton habrían sido las siguientes:

1-Si acaso el sistema Solar pudo haberse formado (a partir de una distribución uniforme del espacio), como efecto de la acción de puras causas naturales;y si una vez Dios creó los planetas, los movimientos de éstos pudieron haberse originado en la acción de la pura gravitación.

2-Al crear Dios los planetas a cierta distancia del Sol ¿no habrá podido darles sus movimientos orbitales mediante puras causas naturales?; es decir, imprimirles tanto un movimiento gravitacional hacia el Sol, como un impulso transversal calculado para hacerlos rotar en torno a éste.

3-¿Pudieron los planetas haber adquirido progresivamente sus velocidades respectivas por la sola acción de sus pesos, en vez de haberlas adquirido de modo instantáneo por la acción de Dios?

4-Si se supone que se formaron en alguna región distante y más alta que el Sol, ¿Cómo pudieron los planetas adquirir sus movimientos transversales sin un poder divino que los imprimiera?Irán adquiriendo una importancia cada vez mayor las formulaciones y conceptos metafísicos recibidos del teísmo Newtoniano y de las influencias de Isaac Barrow, Henry More y otros platónicos de Cambridge, hasta el extremo de que en el Scholium general a la segunda edición de los Principia (1713) el gran físico y matemático declara que:

Si Dios redujo a orden el sistema del Sol y los planetas, las causas finales tendrán un lugar en la filosofía natural, y será legítimo investigar con qué fin fue fundado el mundo, con qué fin fueron formadas las extremidades de los animales, y por medio de qué sabiduría tienen ellas un orden tan elegante.

El estudio circunstanciado de la naturaleza exige una suerte de suspensión momentánea de la creencia en Dios, por lo menos en lo que se refiere a las causas inmediatas de los fenómenos, de lo contrario Dios se transforma en lo que Spinoza llama el “asilo de la ignorancia”, es decir, en un recurso prematuro a la explicación metafísica allí donde se desconocen las causas físicas. Es en este contexto donde las cartas de Newton cobran su verdadero significado, revelando un Newton para el que prácticamente ha desaparecido el límite entre ciencia y religión, al producirse en su pensamiento maduro una verdadera fusión de los intereses científicos y religiosos. Como puede verse, hay una diferencia entre los propósitos, comunes a todos los científicos-creyentes, de “complementar” la ciencia con la religión y proponerse una fusión de ambas.

Aunque no ofrecemos aquí un comentario detallado de estas cartas, queremos al menos destacar brevemente algunos de sus puntos más importantes. A lo largo de ellas Newton emplea una serie de argumentos para probar una intervención divina inmediata en la formación de nuestro Sistema Solar, la idea de que su complejidad, organización, armonía y estabilidad no podrían ser el resultado de puras causas naturales ciegas. Pues al concebir la formación del sistema Solar como un acontecimiento único que habría tenido lugar en el momento mismo de la creación, y no como un proceso evolutivo a través del tiempo (tal como lo planteaba la hipótesis cartesiana de la formación del sistema planetario que él rechaza categóricamente desde su primera carta), no le quedaba a Newton otra salida que echar mano de la intervención de una deidad.

Newton es cortante en su advertencia a Bentley en el sentido de que no le atribuya a él la idea de que la gravedad sería inherente a la materia, pues su posición teísta lo hacía rechazar cualquier posible asociación con la concepción epicúrea (que postulaba la gravedad como una propiedad esenecial de los átomos), es decir, rechazaba ser identificado con aquellos que consideraba sus enemigos declarados: los materialistas y ateos de formación epicúrea, (si bien el propio Epicuro afirmaba la existencia de un alma formada por átomos sutiles) cartesiana o hobbesiana.En la misma carta encontramos la conclusión de que “la gravedad puede ser causada por un agente que actúa constantemente de acuerdo con ciertas leyes; pero determinar si este agente es material o inmaterial lo he dejado a la consideración de los lectores. Esta afirmación ha hecho creer a algunos historiadores de la ciencia moderna (Casini entre otros) que Newton sostenía una posición no categórica acerca de este punto, pero en realidad esto no era así, tal como lo revela el contenido del propio Scholium general a los Principia, donde aquel “agente” aparece descrito como si tuviera propiedades inequívocamente espirituales. Esto no es una cuestión menor, porque como lo han demostrado los estudios de Burtt, Cohen y Hall, Dios cumple un papel determinante en la física y la cosmología newtonianas, lo que se muestra no sólo en su concepción del tiempo y el espacio absolutos, sino también en la gravitación y del “Sensorium”.


Fragmento de “Principios matemáticos de la Filosofía Natural” (Escolio). Por Isaac Newton:

“Los seis planetas primarios giran en torno al Sol en círculos concéntricos, con movimientos dirigidos hacia las mismas partes y casi en el mismo plano. Las lunas giran en torno a sus respectivos planetas en círculos concéntricos, con la misma dirección de movimiento y casi en los planos de las órbitas de esos planetas. Pero no debe suponerse que simples causas mecánicas podrían dar nacimiento a tantos movimientos regulares, puesto que los cometas vagan libremente por todas las partes de los cielos en órbitas muy excéntricas. Debido a ese tipo de movimiento, los cometas transitan muy veloz y fácilmente a través de los cielos en órbitas muy excéntricas. Debido a ese tipo de movimiento, los cometas transitan muy veloz y fácilmente a través de los orbes de los planetas; y en sus afelios, donde se mueven con la máxima lentitud y se detienen el máximo tiempo, se alejan unos de otros hasta las mayores distancias, sufriendo así una perturbación mínima proveniente del Sol, los planetas y los cometas sólo puede originarse en el consejo y dominio de un ente inteligente. Y si las estrellas fijas son centros de otros sistemas similares, creados por un sabio consejo análogo, los cuerpos celestes deberán estar todos sujetos al dominio de Uno, especialmente porque la luz de las estrellas fijas es de la misma naturaleza que la luz solar, y desde cada sistema pasa a todos los otros. Y para que los sistemas de las estrellas fjas no cayesen unos sobre los otros por efecto de la gravedad, los situó a inmensas distancias unos de otros.

(…)La dominación de un ente espiritual constituye a dios, verdadero si es verdadera, supremo si es suprema, ficticio si es ficticia. Y de su dominio verdadero se sigue que el verdadero dios es un ente vivo, inteligente y poderoso; y de las restantes perfecciones que es supremo o supremamente perfecto. Es eterno e infinito, omnipotente y omniscente, esto es, dura desde la eternidad hasta la eternidad, y está presente desde lo infinito hasta lo infinito. Rige todo, y conoce todo cuanto es o puede ser hecho. No es eternidad e infinitud, sino eterno e infinito; no es duración o espacio, pero dura y está presente. Dura siempre y está presente en todas partes, funda la duración y el espacio. Como cada partícula de espacio es siempre, y como cada momento indivisible de duración es ubicuo, el creador y señor de todas las cosas jamás podrá ser nunca ni ninguna parte. Toda alma percibe en diferentes tiempos. Con diversos sentidos y órganos de movimiento, pero sigue siendo la misma persona indivisible. En la duración se dan partes sucesivas, en el espacio partes coexistentes, pero ni lo uno ni lo otro puede hallarse en la persona del hombre o en su principio pensante, y mucho menos en la substancia pensante de dios. En tanto en cuanto es una cosa dotada de percepción, todo hombre es uno idéntico consigo mismo durante toda su vida en todos y cada uno de sus órganos sensoriales. Dios es uno y el mismo dios siempre y en todas las partes. Su omnipresencia no es sólo virtual, sino substancial, pues la virtud no puede subsistir sin substancia. Todas las cosas están contenidas y movidas en él, pero uno y otras no se afectan mutuamente.

(…) En los cuerpos sólo vemos sus figuras y colores, sólo escuchamos los sonidos, sólo tocamos sus superfícies externas, sólo olemos los olores y gustamos los sabores. Sus substancias íntimas no son conocidas por ningún sentido o por acto reflejo alguno de nuestras mentes. Mucho menos podremos formar cualquier idea sobre la substancia de dios. Sólo le cononocemos por propiedades y atributos, por las sapientísimas y óptimas estructuras de las cosas y causas finales, y le admiramos por sus perfecciones. Un dios sin dominio, providencia y causas finales nada es sino hado. Una ciega necesidad metafísica idéntica siempre y en todas partes, es incapaz de producir la variedad de las cosas. Toda esa diversidad de cosas naturales, que hallamos adecuada a tiempos y lugares distintos, sólo puede surgir de las ideas y la voluntad de un ente que existe por necesidad. (…) Y esto por lo que concierne a dios, de quien procede ciertamente hablar en filosofía natural partiendo de los fenómenos.

Hasta aquí hemos explicado los fenomenos de los cielos y de nuestro mar por la fuerza gravitatoria, pero no hemos asignado aún causa a esa fuerza. Es seguro que debe proceder de una causa que penetra hasta los centros mismos del Sol y los planetas, sin sufrir la más mínima disminución de su fuerza; que no opera de acuerdo con la cantidad de las superfícies de las partículas sobre las que actúa (como suele acontecer con las causas mecánicas), sino que de acuerdo con la cantidad de materia sólida contenida en ellas, propagándose en todas direcciones y hasta inmensas distancias, y decreciendo siempre como el cuadrado inverso de las distancias. La gravitación hacia el Sol está formada por la gravitación hacia las diversas partículas que componen el cuerpo del Sol; y al alejarse del Sol decrece exactamente como el cuadrado inverso de las distancias hasta la órbita de Saturno, como demuestra con evidencia la quietud del afelio de los planetas, e incluso el afelio más remoto de los cometas, si tales afelios son también invariables. Pero hasta el presente no he logrado descubrir la causa de esas propiedades de gravedad a partir de los fenómenos, y no finjo hipótesis. (…) Y es bastante que la gravedad exista realmente, y actúe con arrelgo a las leyes que hemos expuesto, sirviendo para explicar todos los movimientos de los cuerpos celestes y de nuestro mar.
Podríamos ahora añadir algo sobre cierto espíritu sutilísimo que penetra y yace latente en todos los cuerpos grandes, por cuya fuerza y acción las partículas de los cuerpos se atraen unas a otras cuando se encuentran a escasa distancia y se ligan en caso de estar contiguas; y los cuerpos eléctricos operan a distancias mayores, repeliendo tanto como atrayendo a los corpúsculos vecinos; y la luz es emitida, reflejada, refrectada, curvada y calienta los cuerpos; y toda sensación es excitada, y los miembros de los cuerpos animales se mueven a la orden de la voluntad, propagada por las vibraciones de los nervios, desde los órganos externos hasta el cerebro y desde el cerebro hasta los músculos. Pero éstas son cosas que no pueden ser explicadas en pocas palabras. Por otra parte, tampoco disponemos de una cantidad suficiente de experimentos para determinar con precisión y demostrar mediante qué leyes opera este espíritu eléctricp y elástico. (El Éter, entendido como sustancia divina o cuerpo de Dios)




LA MATRIZ DIVINA.

La Matriz divina es un campo de energía que representa el puente entre nuestro mundo interior y el mundo exterior, así como el recipiente de todo lo que existe. El descubrimiento de este campo en las partículas subatómicas, en las distantes galaxias y en todo lo que hay entre unas y otras, cambia completamente lo que hasta ahora pensábamos acerca de nuestro papel en la creación.
La existencia de una red fundamental de energía que conecta nuestros cuerpos, el mundo y todas las cosas abre la puerta a poderosas posibilidades. Éstas sugieren que somos mucho más que simples observadores experimentando un breve lapso de tiempo en una creación ya existente. Einstein afirmó que somos esencialmente observadores pasivos viviendo en un universo preexistente sobre el que tenemos poca influencia. Algunos científicos comparten esta misma visión.
Pero el físico John Wheeler, colega de Einstein en Princeton y profesor emérito de esta Universidad, nos ofrece una visión radicalmente distinta de nuestro papel en el universo: “Teníamos esa vieja idea según la cual el universo está allí fuera y aquí está el observador, separado del universo por una gruesa plancha de vidrio”. Wheeler se refiere así a los experimentos demostrativos de que el mero hecho de observar algo ya lo modifica: “el mundo cuántico nos enseña que para observar un objeto tan minúsculo como un electrón tenemos que romper esa plancha: tenemos que pasar al otro lado… nos vemos obligados a eliminar la vieja palabra observador y colocar en su lugar la palabra participante”.

Algunos experimentos de física cuántica muestran que simplemente mirar un electrón, durante un instante, cambia sus propiedades mientras lo observamos; sugieren que el acto de observación es un acto de creación, del que la conciencia es autora. Considerarnos partícipes en el proceso de creación en el lugar de simples transeúntes en el universo requería una nueva visión del cosmos y de su funcionamiento, que fue articulada por David Bohm, quien nos dejó dos revolucionarias teorías que ofrecen una visión muy distinta del universo y de nuestro papel.
La primera fue una interpretación de la física cuántica que abrió la puerta a lo que Bohm llamó “la operación creativa de niveles subyacientes de realidad”. Creía que existen dimensiones más profundas que sustentan todo lo que sucede en nuestro mundo. Son estos niveles más sutiles de realidad los que dan origen a nuestro mundo físico.
Su segunda teoría era una explicación del universo como un sistema unificado de la naturaleza, con conexiones que no siempre son obvias. Bohm pudo observar pequeñas partículas de átomos en un estado llamado plasma y comprobó que, cuando las partículas se encontraban en ese estado, se comportaban como si estuvieran conectadas entre sí, formando parte de un todo mayor.
Bohm planteaba que si pudiésemos ver el universo en su totalidad desde una prespectiva más elevada, los objetos visibles en nuestro mundo aparecerían como la proyección de algo que está sucediendo en otra dimensión. Consideraba que tanto lo visible como lo invisible eran expresiones de un orden mayor y más universal. Para diferenciar estas dos dimensiones, las llamó “implicada” y “explicada”.
Las cosas que podemos ver, tocar, y que parecen estar separadas son ejemplos del orden explicado de la creación. Bohm sugirió que están unidas por vínculos que no podemos percibir. Creía que todas las cosas forman parte de un todo mayor, al cual llamó orden implicado, que el universo y todo lo que hay en él forma parte de un gran orden cósmico.

Al reflexionar sobre la naturaleza interrelacionada de la creación, quedó cada vez más convencido de que el universo funciona com un gran holograma cósmico. En un holograma, cada parte de un objeto contiene al objeto en su totalidad, sólo que en una escala menor. La simplicidad del cuerpo humano nos ofrece un buen ejemplo de un holograma: el ADN de cualquier parte del mismo contiene nuestro código genético para el resto del cuerpo, no importa de dónde tomemos la muestra. Al igual que el universo está siempre pasando del orden implicado al orden explicado, el flujo entre lo invisible y lo visible constituye la corriente dinámica de la creación, la cual llevó a afirmar al físico Wheeler que el universo era “participativo”, es decir incompleto y respondiendo siempre a la conciencia humana.

Así es exactamente como funciona el mundo según las antiguas tradiciones. La implicación de la teoría cuántica y de muchos textos antiguos es que creamos el patrón sobre el cual se basarán las relaciones del mundo visible. Podemos pensar en la Matriz como una manta cósmica que tiene varias capas de profundidad y está siempre en todas partes. Nuestros cuerpos, vidas y todo lo que conocemos sucede en su interior. Todo lo que experimentamos puede ser considerado como “arrugas” en esa manta. Desde una perspectiva cuántica, todas las cosas pueden ser consideradas como una “perturbación” en el tejido uniforme de esa Matriz espacio-temporal.

Pero los científicos ni siquiera saben con seguridad de dónde proviene la Matriz. Quienes han creído en un campo universal de energía que lo conecta todo se han referido a él como éter. En la mitología griega, el éter era considerado la esencia del espacio y descrito como el “aire que respiraban los dioses”. Pitágoras y Aristóteles lo identificaron como el quinto elemento de la creación. Esa terminología perduró entre los alquimistas hasta el nacimiento de la ciencia moderna. Newton usó la palabra éter para describir una sustancia invisible que impregnaba todo el universo, creía que era la responsable de la fuerza de la gravedad y de las sensaciones del cuerpo, y la imaginaba como un espíritu vivo. El creador de la teoría electromagnética, Maxwell, describió al éter como una “sustancia material más sutil que los cuerpos físicos, y que existe en aquellas partes del espacio que parecen vacías”.
A comienzos del siglo XX, algunas de las mentes científicas más respetadas pensaban que el éter era una sustancia, a través de la cual las ondas de luz se mueven de un punto a otro. “Concibo el éter como dotado de un cierto grado de sustancialidad, por muy distinto que sea de la materia ordinaria”, afirmó el premio Nobel de física Lorentz, cuyas ecuaciones proporcionaron a Einstein las herramientas para desarrollar su teoría de la relatividad. Incluso después de que sus teorías hubiesen descartado la necesidad de la existencia del éter, Eistein creía que se iba a descubrir algo que explicara el vacío en el espacio, y afirmó: “El espacio es inconcebible sin el éter”, pues “no existiría ninguna propagación de la luz, ni posibilidad para la existencia del espacio y del tiempo”. Pero advertía que no debería ser considerado como energía en el sentido ordinario de la palabra.

Hoy, la mención del éter basta para iniciar un encendido debate sobre su existencia, debido a un experimento diseñado para probar o refutar la existencia de ese campo. Su resultado suscitó más preguntas de las que contestó, retrasando a los científicos más de cien años en la búsqueda de un campo unificado de energía que lo conecta todo a través del espacio vacío.

El experimento Michelson-Morley causó sensación entre la comunidad científica en 1887. Si el éter existe realmente, razonaron, debe de ser una energía que está inmóvil y quieta en todas partes; y, si esto es así, el paso de la Tierra a través de este campo debería crear un movimiento hipotético que pueda ser medido, al cual denominaron viento del éter. Pensaban que si disparaban un haz de luz en dos direcciones al mismo tiempo, la diferencia del tiempo que tardaría cada haz en llegar a su destino debería permitir determinar la presencia y el flujo de ese viento. Sus instrumentos no detectaron ningún viento del éter, concluyendo que el éter no existe. Aunque éste en realidad demostró que el campo del éter puede no comportarse como los científicos esperaban. El que no se detectara ningún movimiento no quiere decir que el éter no estuviera presente. Hoy, nuevos experimentos indican que el éter sí existe, pero no asume la forma que Michelson y Morley esperaban. Al creer que ese campo debía ser estacionario, y constituido por electricidad y magnetismo al igual que las otras formas de energía, buscaron el éter como si fuera una forma convencional de energía. Pero el éter estaría muy lejos de ser convencional.
En 1886, la revista Nature publicó un experimento realizado por E.W.Silvertooth y patrocinado por la fuerza aérea de los Estados Unidos. Después de haber publicado el experimento de 1887, con instrumentos mucho más sensibles, detectó un movimientode la Tierra a través del espacio, exactamente como se había predicho. Éste y otros realizados desde entonces sugieren que existe algo parecido al éter, tal como Planck lo había imaginado en 1944, cuando supuso que “detrás de esa fuerza hay una Mente consciente e inteligente” que “es la matriz de toda la materia”.

La energía que lo conceta todo en el universo también forma parte de lo que es conectado. En lugar de pensar en ese campo como algo separado de la realidad cotidiana, dichos experimentos nos dicen que el mundo visible emana de este campo: es como si la manta de la Matriz se extendiese uniformemente por todo el universo, y de vez en cuando se “arrugara” aquí y allí para formar una roca, un árbol, un planeta o un ser humano. Todas estas cosas son sólo ondas en el campo.

En su libro, Gregg Braden comenta una serie de investigaciones, que permitieron avanzar la física cuántica y obligaron a reexaminar aquel experimento original. Estos y otros experimentos demostraron que, en el nivel de las partículas, todo parece estar conectado y ser infinito, y que esa conexión existe a causa de nosotros. Y sugieren que hay algo dentro de cada uno de nosotros que no está limitado por el tiempo ni por el espacio, ni por la muerte. La conclusión es que vivimos en un universo no local en el cual todo está siempre conectado. Todos tenemos esa vinculación que se entremezcla con todo lo demás como parte del campo de energía que abarca todas las cosas.

Experimentos de lo más reveladores.

El biólogo cuántico Poponin y otros colegas de la Academia Rusa de Ciencias realizaron investigaciones según las cuales el ADN humano afectaba directamente al mundo físico a través de lo que creían era un nuevo campo de energía que conectaba a ambos. Poponin y Gariev diseñaron un experimento para comprobar el efecto del ADN sobre las partículas de luz (fotones), la “sustancia” cuántica de la cual está hecho nuestro mundo. Primero extrajeron todo el aire a un tubo especialmente diseñado y, usando un equipo que podía detectar los fotones remanentes, midieron su ubicación dentro de ese tubo. Como esperaban, los fotones estaban distribuidos de forma desordenada. Luego, colocaron muestras de ADN humano en el interior del tubo, con esos fotones. Ante la presencia de ADN, las partículas de luz siguieron pautas regulares, como si estuviesen obedeciendo a una fuerza invisible. Cuando extrajeron el ADN del recipiente, los científicos esperaban que los fotones regresarían a la pauta desordenada anterior. Sin embargo, continuaron ordenados, como si el ADN aún estuviera en el tubo. Comenzaron a buscar una explicación para lo que acababan de observar. Una vez que se había extraído el ADN del tubo, ¿Qué estaba afectando a las partículas de luz? ¿Acaso el ADN dejó tras de sí una fuerza residual que permaneció después de que se extrajo la materia física? ¿O seguirían el ADN y los fotones conectados de alguna forma o en cierta dimensión que desconocemos?
Poponin escribió que sus colegas y él se veían “obligados a aceptar la hipótesis de que alguna nueva estructura de campo está siendo estimulada”. Este fenómeno recibió el nombre de “efecto fantasma del ADN”:Entre otras muchas conclusiones, dos son indiscutibles: 1) Existe un tipo de energía que hasta ahora no había sido reconocido. 2) A través de esta forma de energía las células y el ADN influyen sobre la materia. El experimento confirmó que ejercemos una influencia directa sobre el mundo que nos rodea.

Por otra parte, en 1993, científicos que trabajaban para el ejército norteamericano realizaron experimentos para determinar si el ADN continúa siendo afectado por las emociones después de que ha sido separado de su cuerpo. Tomaron una muestra de tejido y ADN de la boca de un voluntario; el ADN fue medido eléctricamente para ver si respondía a las emociones del donante que estaba en otra habitación, a docenas de metros de distancia. Se le mostraron una serie de imágenes en vídeo, diseñadas para que experimentase un amplio espectro de emociones reales. Mientras tanto, se medía su ADN para evaluar su respuesta. Cuando éste experimentaba “puntos álgidos” y “puntos bajos” en sus emociones, sus células y ADN registraban una poderosa respuesta eléctrica, en el mismo instante. Aunque separado por docenas de metros del donante, su ADN actuaba como si aún estuviese conectado con el cuerpo.
El doctor Cleve Backster había diseñado este experimento partiendo de sus famosas investigaciones sobre la forma en que las intenciones humanas afectan las plantas. Después de estos estudios iniciales, continuó esas investigaciones junto a su equipo, incluso a más de 500 kilómetros de disntancia entre el donante y sus células; además, el intervalo de tiempo entre las emociones del donante y la respuesta de su ADN se medía por un reloj atómico. Comprobaron que su ADN reaccionaba ante sus experiencias emocionales, simultáneamente.
Este experimento indica que: 1) Un tipo de energía desconocido existe entre los tejidos vivos. 2) Las células y el ADN se comunican a través de este campo de energía, independientemente de la distancia. 3) La emoción humana tiene una influencia directa sobre el ADN vivo. 4) Parece que la distancia es irrelevante en lo que respecta a este efecto.

Dos años antes, en 1991, se constituyó en Instituto Heart-Math, con el objetivo de explorar el poder que las emociones y sentimientos tienen sobre el cuerpo, y el papel que pueden desempeñar en nuestro mundo. Sus investigaciones, centradas en el corazón humano, han sido publicadas en prestigiosas revistas científicas. Uno de sus resultados más importantes fue demostrar la existencia de un campo de energía electromagnética en forma de donut que rodea al corazón y se extiende más allá del cuerpo, con un diámetro de entre 1,5 y 2,5 metros y medio. Los investigadores se preguntaron si este campo no podría estar conformado por otro tipo de energía que no hayamos descubierto aún. Para comprobarlo, examinaron los efectos de la emoción humana sobre el ADN, aislando una muestra de éste en un vaso de precipitado y exponiéndolo a una poderosa forma de emoción que puede ser creada “mediante técnicas de control mental y emocional diseñadas especialmente, que acallan la mente, centrando la atención en la zona del corazón y en emociones de estímulo positivo.
Realizaron una serie de pruebas con cinco personas adiestradas en la aplicación de esa emoción coherente. Usando técnicas que analizan el ADN química y visualmente, podían detectar cualquier cambio que se produjera. Los resultados fueron irrefutables y las implicaciones inequívocas: las emociones humanas cambiaban la forma del ADN. Sin tocarlo físicamente, creando determinadas emociones en sus cuerpos, los participantes fueron capaces de afectar a las moléculas de ADN que se les habían extraído. “Estos experimentos –explica uno de los investigadores- revelaron que distintas intenciones producen efectos diferentes en la molécula de ADN, haciendo que ésta se enrolle o desenrolle”.
Las teorías centíficas tradicionales consideran que el estado del ADN de nuestro cuerpo es algo inmutable y salvo que sea sometido a sustancias químicas o campos eléctricos, nuestro ADN no cambia en respuesta a nada que podamos hacer. Pero este experimento nos muestra que nada podría estar más lejos de la verdad.

¿Qué nos dicen pues los tres experimentos acerca de nuestra relación con el mundo? El primero, nos mostró que el ADN tiene un efecto directo sobre la vibración de la luz. En el segundo, aprendimos que por mucho que estemos separados de nuestro ADN seguimos conectados con sus moléculas. El tercero probó que las emociones tienen un efecto directo sobre el ADN.

Los resultados de estos experimentos demuestran que: 1) El ADN humano tiene un efecto directo sobre la sustancia de la que está hecho nuestro mundo. 2) Las emociones tienen un efecto directo sobre ese ADN 3) La relación entre las emociones y el ADN trasciende los límites del espacio y del tiempo.
Estos experimentos apuntan hacia dos conclusiones: 1) Hay algo “allá fuera”: la matriz de una energía que conecta todo lo que existe en el universo. 2) Nuestro ADN nos da acceso a la energía que interconecta este universo, y la emoción es clave para poder hacer interacciones con esa energía.

Estos experimentos demuestran que la Matriz está hecha de una forma de energía “sutil”, distinta a todas las conocidas. Esa energía parece ser una red estrechamente entrelazada que constituye el tejido de la creación, un tejido al que Gregg Braden llama La Matriz Divina. Hay tres atributos que la distinguen de cualquier otra energía: 1) Este campo parece estar ya presente en todas partes. 2) Parece que comenzó al mismo tiempo que la creación, con el Big Bang. 3) Parece tener “inteligencia”, pues responde al poder de la emoción humana.
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Fragmentos de la síntesis de Enrique de Vicente al libro de Gegg Braden “La Matriz Divina” (Año Cero nº 234)


LOS SECRETOS DE LOS SUEÑOS

Es posible implantar un sueño en otras personas? En qué sueña Morfeo cuando duerme? Puede que muy pronto lo sepamos. Estamos muy cerca de espiar los sueños ajenos y compartir los propios. Así lo confirman los siguientes descubrimientos. Deirdre Barret, psicóloga de la Universidad de Harvard, utilizó la técnica de “incubación de sueños” para que sus estudiantes resolvieran un enigma mientras dormían.Primero les hizo crear una imagen mental del problema y les pidió que fuera lo último que vieran antes de dormir. Luego les recomendó no saltar de la cama al levantarse, para recuperar lo soñado, ya que una distracción lo elimina. Barret descubrió que un 25% de los estudiantes encontró la solución al problema mientras dormía. Pero hay otros modos de influir en el sueño ajeno. Por ejemplo, “estimular su cuerpo rociándolo con agua”, sugiere Mark Balgrove, psicólogo de la Universidad de Swansea y experto en sueños y estados de consciencia: “Así, la sensación física se incorporará al sueño”. Y añade: “También es posible hacerlo antes de que se duerma, sugiriéndole qué soñar. Funciona si es algo que a la persona le interese. Si dos personas creen que se pueden encontrar en sueños, podrían provocar un encuentro onírico”.

Dentro de dos décadas seremos capaces de leer los sueños de las personas. Al mismo tiempo que los están viviendo.” Quien me asegura esto, al otro lado del teléfono, es Jack Gallant, psicólogo del departamento de Neurociencias de la Universidad de Berkeley y uno de los 10 expertos en sueño entrevistados para este Dossier.

Actualmente, Gallant está trabajando en un software que registra y compara la actividad cerebral de un voluntario al observar diferentes fotografías. Luego, un escáner estudia su cerebro mientras se le muestra una de las imágenes. El programa logra deducir qué foto está viendo gracias a su actividad cerebral.

Básicamente, el trabajo consiste en descubrir qué sucede en nuestro cerebro cuando vemos el color verde, la arena, una manzana o cuando pensamos en volar. Cada uno de estos gestos podría asociarse a un tipo de actividad cerebral específica, y si, al dormir, el software detecta esos patrones, sabremos qué está soñando la persona.

El siguiente descubrimiento, sorprendente e inesperado, es que el cerebro de un recién nacido, cuando duerme, utiliza los sueños para aprender a mover su cuerpo. Sí, tal y como suena. Así lo asegura, desde Suecia, Jens Schouenborg, neurocientífico de la Universidad de Lund.

“Cuando nació mi hija menor, llevarla a la cama se convirtió en una tarea titánica. Al menos hasta que cumplió un año”, señala Lund. “Por eso, solía acostarme a su lado hasta que se durmiera. Sabía cuándo estaba totalmente dormida porque sus músculos empezaban a palpitar. Después de muchas noches, me di cuenta de que ese temblor de los músculos seguía un patrón. Así fue como se me ocurrió la idea de que este movimiento involuntario tuviera un propósito. Y comencé el experimento.” El experimento al que se refiere podría ser la respuesta a uno de los enigmas más huidizos de la ciencia: ¿para qué dormimos?

Schouenborg y su equipo de investigación estudiaron durante diez años dos grupos de ratas de menos de dos semanas de vida mientras dormían. En su entorno natural, en plena noche, las ratas mueven la cola de derecha a izquierda; se trata de un movimiento involuntario que les permite tocar a otro miembro de la camada. El contacto les aporta seguridad, algo similar a lo que sucede cuando nuestros hijos piden dormir con nosotros.

Este científico sueco dividió las ratas en dos grupos: a uno de ellos les soplaba aire dirigido al lado izquierdo de la cola cuando la movían hacia la derecha, y viceversa, mientras que el otro grupo recibía el aire de forma coherente. A las dos horas, las ratas del primer grupo empezaron a mostrar un extraño reflejo: si les acercaban un láser al lado izquierdo de la cola, la movían hacia la fuente de calor, y no la apartaban, como sería lógico.

Según Schouenborg: “En un sistema nervioso recién formado, este podría ser el mecanismo que construye los canales nerviosos desde la médula espinal hacia los músculos, de modo que en el futuro el cerebro reconozca el camino exacto para controlar determinados movimientos en vigilia”. Cuando nacemos, soñar nos enseña a movernos.

Programados para dormir

Dormir podría servir a este propósito en recién nacidos, pero ¿para qué sirve en adultos? ¿Por qué tenemos que dormir?
José María Delgado, director de la División de Neurociencias de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, me señala que: “Responder a la pregunta ¿para qué sirve el sueño? es equivalente a preguntarse ¿para qué sirven las cigüeñas? En términos científicos, se trata de saber qué ocurre en el organismo cuando nos privan de sueño durante varios días, algo que no sabemos de momento”. De momento. Pero quizá sea posible aclarar tanto este como otros enigmas al terminar este reportaje. Para eso, será preciso conocer todos los procesos que nos llevan a los dominios de Morfeo.

El sueño es una respuesta del cerebro al ritmo circadiano. En nuestra mente, el “relojero” que lo regula se llama núcleo supraquiasmático. ¿Cómo se sabe esto? Javier Puertas, jefe de la Unidad del Sueño del Hospital Universitario de La Ribera, Valencia, tiene la respuesta: “Se ha probado con ratones a los que se les han extirpado las neuronas de esta zona del hipotálamo y se las ha marcado con una proteína que produce luz cuando se activan. Aun fuera del núcleo, estas se encendían y se apagaban, siguiendo el ritmo circadiano”.

El primer engranaje del reloj biológico comienza a funcionar y hace girar la siguiente rueda: se activa la glándula pineal. Esta confirma que se está haciendo de noche por arte de un truco muy sencillo: está, en cierto modo, unida a la retina. Gracias a eso, la información lumínica se transforma en secreción hormonal: la glándula pineal comienza a segregar melatonina.

La presencia de esta hormona pone “celosa” al neurotransmisor GABA, que se suma a la fiesta. Cecilio Álamo González, doctor y catedrático de Farmacología de la Universidad de Alcalá, explica que: “El GABA es el mecanismo más importante para inducir el sueño: inhibe las estructuras del cerebro que nos mantienen en vigilia. Son de gran importancia, ya que los fármacos que nos inducen al sueño, o los que nos provocan insomnio, lo hacen alterando su función”. En pocas palabras, todo el cerebro altera sus funciones para ponernos a dormir. ¿Qué hay tan importante en el sueño para que esto ocurra? La respuesta podría estar en la pregunta.

Pero antes de ir a ella, maticemos una afirmación: se dice que no dormir nos puede matar. Julio Fernández Mendoza, investigador del Centro de Investigación y Tratamiento del Sueño del departamento de Psiquiatría de la Universidad del Estado de Pensilvania, me confirma que: “Es cierto que hay un debate abierto acerca de la función del sueño. Sin embargo, uno no muere directamente por no dormir. La relación entre la falta de sueño y una mayor probabilidad de morir parece estar ligada a la presencia de trastornos del sueño, cardiovasculares y metabólicos. Por ejemplo, los trastornos cardiovasculares pueden anteceder a la falta de sueño, y su alteración contribuiría a aumentar el riesgo de mortalidad, o ser una consecuencia de esta”.

“Hemos publicado un estudio”, continúa Fernández Mendoza, “en el que se demuestra que los varones con insomnio crónico tienen cuatro veces más probabilidad de morir que aquellos que duermen adecuadamente, y que los insomnes son los que tienen mayor riesgo de hipertensión, diabetes e incluso de alteraciones neuropsicológicas”.

Así, si la falta de sueño no es causa directa de muerte, volvamos a la pregunta: ¿para qué necesitamos dormir?

Una de las primeras consecuencias de entrar en los dominios de la noche, es la desconexión de ciertas partes del cuerpo. “Hay grupos neuronales que disminuyen la conectividad”, asegura Delgado García, “como, por ejemplo, diversos centros motores; pero otros muchos se mantienen activos y continúan produciendo impulsos nerviosos”. Visto por medio de un electroencefalograma (EEG), las ondas cerebrales en la fase REM (el momento en que soñamos) son muy similares a las ondas de cuando estamos despiertos.

¿Qué ocurre en el cerebro para que se “desconecte” del cuerpo y utilice una cantidad similar de energía a la requerida en vigilia?
David Eagleman, neurocientífico del Colegio Baylor de Medicina, da la primera clave al afirmar que: “El sueño y la memoria están íntimamente relacionados. No sabemos por qué, pero cuando soñamos, nos adentramos en un mundo de memorias falsas”. ¿Falsas? ¿Y de qué nos sirven estos “recuerdos mentirosos”?

De mucho, según Fernández Mendoza: “Toda actividad cognitiva durante el sueño tiene que ver con el aprendizaje. Se ha sugerido que las ondas PGO (ponto-genicular-occipitales) durante el sueño REM podrían ser el sustrato cerebral y fisiológico último que explica la relación entre el tipo de material cognitivo aprendido y determinadas fases del sueño.”

Así aprende el cerebro

Ahora sí, volvamos a la pregunta: ¿qué hay tan importante en el sueño para que nuestro cerebro esté tan activo? Y como dijimos antes, la respuesta podría estar en la pregunta: los sueños.

¿Sería posible que, en lugar de soñar porque dormimos, necesitemos dormir para soñar? ¿Son tan importantes los sueños? Un trabajo realizado por los psicólogos Michael Franklin, de la Universidad de Michigan, y Michael Zyphur, de la Universidad de Tulane, podría dar la respuesta cuando afirma que: “El tiempo que pasamos en nuestros sueños configura seguramente cómo se desarrolla nuestro cerebro. Las experiencias que adquirimos al soñar a lo largo de toda nuestra existencia influyen en el modo en que nos relacionamos con el entorno, y están destinadas a afectarnos no solo como individuos, sino como especie. A medida que se sucedan los avances científicos en neurociencia, estaremos capacitados para probar algunas de estas hipótesis”. El estudio, publicado en Evolutionary Psychology, se titula El papel de los sueños en la evolución de la mente humana. Y los avances en neurociencia ya se están dando.

Robert Stickgold es el director del Centro del Sueño y el Conocimiento de la Escuela de Medicina de Harvard. Recientemente realizó un experimento: desafió a dos grupos de estudiantes a aprender la disposición de un laberinto virtual, de modo que, cuando más tarde los situaran en cualquier punto del laberinto, pudieran señalar dónde se encontraba un árbol determinado.

Uno de los grupos podía dormir una siesta en las 5 horas de intervalo. Cuando se llevó a cabo la evaluación, estos últimos llegaban al árbol bastante más rápido que los que no habían dormido. Lo extraordinario es que la mayoría de ellos tuvo sueños relacionados con la prueba: la música del ordenador, el árbol, zonas del laberinto… “Creemos que los sueños”, me confirma Stickgold, “son una señal de que el cerebro trabaja en un problema a muchos niveles. Son intentos del cerebro de encontrar asociaciones útiles para el futuro”. Pero queda una duda: si los sueños son una estrategia evolutiva de nuestro cerebro que le sirve para aprender, ¿por qué nos olvidamos de ellos?

Diferentes experimentos realizados, entre otros, por Robert Bornstein y Paul D’Agostino, psicólogos del Gettysburg College, han demostrado que, aunque un estimulo sea inconsciente, puede influir en nuestras decisiones.

Quizá seamos incapaces de recordar los sueños. Pero ellos sí se acuerdan de nosotros.
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Fuente: Revista Quo

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