jueves, 23 de diciembre de 2010

LOS MISTERIOS DE GAUDÍ



"Aún no estoy seguro de haberle concedido el diploma a un loco o a un genio". Con estas palabras se manifestaba Elías Rogent, director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, al otorgarle la titulación profesional a Gaudí en verano de 1878. Empezaba así la vida "pública" del arquitecto catalán más conocido universalmente, reclamo infalible para el turismo barcelonés y polo de atracción irresistible para estudiosos del arte procedentes de todos los rincones del globo. Con anterioridad a esa licenciatura, las lagunas documentales jalonan los años previos a ese momento de su biografía, sin mencionar flagrantes contradicciones. De entrada, todavía hoy nadie se atreve a afirmar si realmente nació en Reus (Tarragona) o en la vecina localidad de Ruidoms. Lo cierto es que en el acta matrimonial de sus padres, procedentes de un linaje de caldereros, aparecen inconfundibles signos masónicos, del tipo triángulo con su respectivo ojo vigilante, o criaturas mitológicas. Sin embargo, tales manifestaciones no deberían extrañar demasiado, ya que durante la primera mitad del s. XIX, en Reus y sus alrededores germinaron numerosas sociedades secretas. Carbonarios y francmasones se daban la mano, a la vez que otros grupos publicaban abiertamente proclamas a favor de sus ideales. Familias de renombre local, como los Fontseré o los Prim, formaban parte de esta élite social contando con varias generaciones de militantes.


El futuro arquitecto y sus padres mantuvieron estrechos lazos con estas famílias. Por ejemplo, el joven Gaudí compartía pupitre con Eduardo Toda, futuro diplomático y destacado miembro de la masonería provincial. Ambos esbozaron el proyecto de restaurar el cercano monasterio de Poblet durante el horario escolar, manteniendo una sólida amistad que se mantuvo a lo largo de numerosas décadas. Otras fuentes dicen que en aquella etapa padeció fiebres reumáticas que le impidieron participar en actividades deportivas. La enfermedad perfiló su carácter solitario e introvertido, del que algunos destacan su notoria ingenuidad. Sin embargo, su talante observador facilitó el desarrollo en profundidad de una afinidad por la naturaleza que le acompañaría ya para el resto de su existencia. Una tercera versión asegura que desde temprana edad se relacionó con artesanos y escultores afines a la construcción, aprendiendo su lenguaje gremial, heredado de la masonería operativa. Completó esta formación con su tío, quien le inculcó los ruidmentos teóricos y prácticos de los citados colectivos. El entendimiento y respeto mutuo con albañiles y similares a lo largo de su carrera profesional siempre contrastó con la tirantez que presidió sus relaciones entre mecenas y patrocinadores.


Más allá de la veracidad expuesta en los anteriores apuntes, aparece súbitamente en Barcelona hacia 1896 con la seria intención de estudiar arquitectura. A los 17 años, sobrevive trabajando de delineante al servicio de Eduardo y José Fontseré, por aquel entonces "maestros de obras". También atrajo la atención de Elías Rogent, otro notorio librepensador, el cual le introdujo en los secretos de las edificaciones medievales. La bibliografía del francés Eguenio Viollet-Le Duc, afín al esoterismo, selló definitivamente su atracción por el legado del arte gótico

Doble conducta.

La etapa universitaria de Gaudí está caracterizada por los contrastes. Estudiante irregular, sus propuestas atrajeron por igual a partidarios y detractores. Con el título bajo el brazo, se asoció con su colega de carrera Camilo Oliveras (anarquista, para más señas) y planificaron la sede de la Cooperativa Agraria de Mataró (Barcelona) cuyos planos dibuja a escala 1/666. Al mismo tiempo, las buenas relaciones con su paisano Juan Grau, obispo de Astorga (León) le predisponen para edificar inmuebles sacros

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Los biógrafos del arquitecto coinciden en señalar la desordenada personalidad de Gaudí durante el período. Arrogante, obrerista y amante del jolgorio, le gustaba vestir y vivir como un caballero y pasearse en calesa, aunque su vida sentimental dejaba demasiado que desear. Patriota acérrimo, no duda en frecuentar ambientes de corte socialista y conspirador discutiendo de política. Pese a todo, a mediados de 1894, su vida inicia un extraño e inesperado giro hacia el ascetismo.


Mucho se ha especulado al respecto. "Fue un converso, y le dió un sentido cristiano a cada piedra que apilaba" asegura el escritor Oriol Camas. De nuevo hay que repasar las notas biográficas para recordar sus relaciones con los ambientes eclesiásticos, empezando por el obispo Torras y Bages, o el mismísimo poeta y fraile Jacinto Verdaguer (además, exorcista en sus ratos libres). Por otro lado, el estudioso de orígen chino Hou Tech-Chien ofrece una insólita explicación en su tesis doctoral sobre la espiritualidad del arquitecto: Gaudí experimentó la iluminación tan común del budismo Zen. "Fue un filósofo que expresó sus ideas a través de la arquitectura como metáfora", escribió. "Tuvo su veta filosófica, pero nunca estudió filosofía, sino que se guió por la intuición. Sucede lo mismo en el Taoísmo". Para plasmar tan alta meta resultó providencial el mecenazgo del aristócrata Eusebio Güell Bacigalupi, nacionalista militante y animador de varios grupos librepensadores. Oficialmente se sabe que ambos se conocieron en 1878, pero se ignoran las circunstancias que propiciaron el encuentro. La antropóloga Carmen Güell, en una obra acerca de su abuelo, destaca que les unió la mera casualidad, sin entrar en detalles más clarificadores. De su asociación surgieron construcciones francamente insólitas, sobresaliendo el enigmático Parque Güell, o el palacio que este noble ordenó levantar en las Ramblas barcelonesas, sobre terrenos considerados "malditos". Para los amantes de la geometría esotérica, indicarles que dicho parque y la finca Güell junto al monumento de Buenaventura Aribau, conforman un triángulo equilátero. La efigie, repleta de simbología masónica, forma parte de un entorno ideado por los ya citados hermanos Fontseré donde Gaudí participó a su servicio con diseños secundarios, aunque innovadores, empezando por una cisterna subterránea.
A su vez, el palacio Güell está unido al templo de la Sagrada Familia por una línea recta que atraviesa el Hospital de San Pablo. Y la Sagrada Família, además, enlaza con una segunda línea recta que discurre por el Parque Güell, pasando por el templo del Tibidabo, para acabar en el arzobispado de Astorga, todas ellas obras diseñadas por Gaudí. Todavía hoy se discute a qué obedecieron las referidas alineaciones.

Interrogantes sin respuesta.

Sea como fuere, existen puntos de discusión bastante inquietantes, para empezar, su verdadera relación con la masonería. Una guía aparecinda en 1895, que recogía las actividades de las logias de la capital catalana, incluye una relación de los 8.000 miembros activos y 8.000 "durmientes" que las integraban. Junto a los nombres de diversos personajes ilustres, el del arquitecto brilla justamente por su ausencia.Cualquier referencia que hubiese permitido solucionar la cuestión se perdió en el incendio "casual" de sus archivos, depositados en el templo expiatorio de la Sagrada Família en junio de 1936. Escasos días antes, un segundo incendio "fortuito" acababa con sus pertenencias almacenadas en el Parque Güell. Un descenlace semejante puede afirmarse respecto a sus obras, pues pocas llegaron a completarse en vida del arquitecto.


Un ejemplo típico lo aporta el ya referido Parque, su mayor muestra ocultitsta recargada con la habitual parafernalia simbólica. Esta propuesta de urbanización residencial iniciado en 1902, fracasó a causa de su lejanía respeto al centro urbano. La tesis de Joan Bassagoda Nonell, director de la cátedra Gaudí, sostiene que la representación del monstruo Pitón, con aspecto de salamandra, junto a otros elementos simbólicos, esconde un atanor u horno alquimista.


Además de los 33 peldaños masónicos para alcanzar el primer promontorio, y las 21 columnas que lo sostienen (coincidentes con los 21 Arcanos Mayores del Tarot), las onduladas líneas de los bancos laterales sugieren la estructura ADN cuando se superponen. O al menos, así lo interpretó el arquitecto Ricardo Bofill en una conferencia pronunciada en la Ciudad Condal a finales de 1968. Similar destino sufrió la Cripta Güell, mausoleo cuya construcción quedó interrumpida en 1917 tras el óbito del mecenas. Cuando no se fue su irascible carácter el que dio al traste con importantes proyectos, como el Palacio Episcopal de Astorga, la muerte se encargó de interrumpirlos. Un tranvía le arrolló en verano de 1926, falleciendo en la sala para indigentes del Hospital de San Pablo. Su aspecto descuidado impidió identificarle hasta que fue demasiado tarde. "La originalidad es el retorno a los orígenes" solía declarar crípticamente. Tal vez ese fuera su mensaje para la posteridad.

SÍMBOLOS MASÓNICOS EN GAUDÍ

En la obra de Gaudí se hallan innumerables ejemplos de simbología esotérica relacionada con la masonería, la alquimia y el hermetismo. Éstos son sólo algunos de los más destacados:

Horno de fusión o Athanor


El horno de fusión o atanor es el instrumento más característico de un laboratorio alquímico. En el Parc Güell, sobre la escalinata de la entrada, nos encontramos con una estructura en forma de trípode que en su interior contiene una piedra sin desbastar, en bruto, perpetuamente mojada por un pequeño surtidor. Este elemento representa la estructura básica de un horno de fusión alquimista y es una copia del modelo que aparece en un medallón del pórtico principal de la catedral de Notre-Dame de París. Básicamente, el atanor consta de una envoltura exterior compuesta de ladrillos refractarios o cemento. Su interior está lleno de cenizas que envuelven el "huevo filosófico", la esfera de vidrio en cuyo interior se halla la materia prima o piedra sin desbastar. Un fuego situado en la parte interior es el encargado de calentar el huevo, pero no directamente, ya que es difuminado por las cenizas. La alquímia, además de una técnica espiritual o forma de mística, se basaba también en el trabajo sobre minerales y operaciones físicas concretas y se caracterizaba por la equivalencia o paralelismo entre las operaciones del laboratorio y las experiencias del alquimista en su propio cuerpo. De esta manera, el atanor representaba la reproducción del cuerpo, el azufre era el alma, el mercurio era el espíritu, el sol el corazón y el fuego la sangre.


Las etimologías de la palabra atanor son dos: por un lado derivaría del árabe "attannûr", horno y por otro procedería de la palabra griega "thanatos", muerte, la cual, precedida de la partícula "a", expresaría el significado "no muerte", es decir, vida eterna, etc.
Los tres grados de perfección de la materia.


Aquí hacemos referencia a la piedra en bruto que se encuentra en el interior del atanor. La piedra sin desbastar representa el primer grado de perfección de la materia, el segundo grado viene representado por la piedra desbastada en forma de cubo, y en tercer lugar un cubo acabado en punta, es decir, con una pirámide superpuesta. En la simbología masónica estas tres formas representan también las tres posiciones que se pueden ir asumiendo dentro de la Logia: aprendiz, compañero y maestro; tal como eran los grados tradicionales de las hermandades obreras medievales. Gaudí plasmó en la torre Bellesguard, también conocida como Casa Figueras, todo este simbolismo. La estructura del edificio, situado al pie de la sierra de Collserola y construido con piedra y ladrillo, está formada por un cubo coronado por una pirámide truncada. La orden de los francmasones dice que "cada hombre debe tallar su piedra". Y es que esa piedra será tanto la piedra angular del templo como la piedra angular de la personalidad del masón. El trabajo ulterior de perfeccionamiento consistirá en superponer una pirámide al cubo.

La cruz en seis direcciones.

Este elemento que se halla en la mayoría de proyectos y construcciones gaudinianas como una manera de obsesión, es una representación de un principio arraigado a sus creencias pero situado, al menos formalmente, dentro del campo de la Iglesia. Gaudí utilizó dos técnicas para realizar las cruces en seis direcciones: -La primera la podemos encontrar en el colegio de Santa Teresa de Barcelona y es un desarrollo evidente de la piedra cúbica; se trata de la proyección espacial de la piedra cúbica. - En el Turú de las Menas del Park Güell figuran tres cruces que no son más que dos taus a las que se han superpuesto sendos cubos coronados por sus correspondientes pirámides. Estas taus indican las direcciones norte-sur y este-oeste y entrelazadas, nos indican los cuatro puntos cardinales. La tercera cruz, por su parte, es una flecha que indica una dirección ascendente. Inicial de la palabra tierra, la tau es un símbolo de origen remoto que aparece en monumentos megalíticos de las islas Baleares en forma de taules (un pedestal sosteniendo una superficie pétrea). Dentro de la francmasonería, la tau tiene un simbolismo preciso. Por una parte, representaría a Matusael, el hijo de Caín que crearía este símbolo para reconocer a sus descendientes y, por otro, sería el signo de reconocimiento que realizaría el oficiante con la mano derecha en la ceremonia de acceso al grado de Maestro.

La x.

Tiene una gran importancia en el simbolismo masónico. Este símbolo se encuentra en las bóvedas de la cripta de la Colonia Güell, donde está repetido hasta trece veces, y también en el pórtico del Nacimiento de la Sagrada Familia, en la cruz que corona el Árbol de la Vida, que muestra una descomunal X. Este símbolo se realiza sobre la base de un hexágono regular y éste forma el perímetro interior de dos triángulos equiláteros entrelazados, los cuales formarían la estrella de David, que sería la notación alquímica de los cuatro elementos básicos. El hexágono es una forma muy repetida en la obra de Gaudí, del cual incluso se puede extraer un cubo volumétrico si dividimos el hexágono en tres rombos. Cabe recordar que la X, además, es la notación alquímica del Crisol, un instrumento necesario para la obra hermética. Asimismo, la X también está relacionada por tradición con el apóstol Andrés, crucificado sobre esa forma.

El Pelícano.

Este animal, en otro tiempo símbolo de Cristo, lo podemos encontrar en el Museo de la Sagrada Familia y estaba destinado al Pórtico del Nacimiento. Una de las versiones más conocidas sobre la figura del pelícano es la que habla de que sentía un amor tan fuerte por sus hijos que, en el caso de pasar hambre, se abría el vientre con su propio pico para alimentarlos. Otra versión dice que, irritado porque sus crías le golpeaban con las alas, las mataba y luego, arreprentido, se suicidaba clavándose el pico en el vientre. En una última versión del tema se descarta el suicidio y que se clave el pico en el vientre y se habla de que sus lágrimas resucitan a sus crias muertas. El grado 18 de la orden de los francmasones, denominado "grado Rosacruz", tiene como símbolo al pelícano en actitud de abrirse el vientre y rodeado de sus hijos; sobre su cabeza hay una cruz con una rosa roja incisa y la leyenda I.N.R.I. El pelícano representa la chispa divina latente que anida en el hombre, su sangre es vehículo de vida y resurrección y su color es blanco, simbolizando la superación de la primera fase de la obra alquímica. La tercera fase supone pasar a través de la experiencia del rojo, que queda plasmada en la explosión de una gran rosa roja en el centro del pecho.

La Salamandra, la Serpiente y las llamas.

Del círculo situado en la escalinata de entrada al Park Güell se ha hecho una interpretación patriótico-nacionalista, pero no existe ninguna razón por la que Gaudí tuviera que hacer una demostración pública de una cosa secundaria en su jerarquía de aspiraciones y convicciones. Por esta razón, cabe hacer una interpretación hermética de la simbología de este elemento, que es la única integradora de todo el conjunto: una cabeza de serpiente situada en el centro de un gran disco, envuelta en llamas y éstas de agua. Los hermetistas eran conocidos como "filósofos por el fuego" y su obra se basaba en ordenar el caos; como al principio de los tiempos la ruina y el mal se extendieron por el mundo por obra de la serpiente, para ordenar ese caos es necesario quemarla. Así, el círculo simboliza el caos, la oriflama es la llama que contiene el azufre y la serpiente es el espíritu mercurial.

El Lagarto.

Es el animal que baja desde el atanor hasta el disco descrito anteriormente y que se ha interpretado como una salamandra, una iguana, incluso un cocodrilo, pero su característica más importante es su dorso sinuoso. Se trata de una imagen estática que sugiere una sensación de movimiento muy acusada, una nueva representación del mercurio originario, una reiteración de las funciones del atanor, es decir, obrar la separación, decantar las partes fijas del mineral de las volátiles. Las escalinatas del Park Güell se nos presentan así como un paradigma hermético que contiene los principios de la obra y no en vano son muchos los textos alquímicos que insisten que toda la obra se realiza a través del mercurio.

El árbol seco y el árbol de la vida.

El amor de Gaudí por la naturaleza estuvo siempre presente en toda su obra. Sus construcciones están llenas de elementos ornamentales que hacen referencia al reino vegetal. El simbolismo alquímico está repleto de imágenes relacionadas con la agricultura y el reino vegetal. El Árbol Seco representa el símbolo de los metales reducidos de sus minerales y fundidos; la temperatura del horno les ha hecho perder vida y, por lo tanto, deben ser vivificados. En el Árbol Seco siempre existe una chispa de vida, aquella que puede hacer posible su resurrección; de hecho, siempre pueden verse en él algunas hojas que indican la posibilidad de que reverdezca de nuevo. La imagen del Árbol Seco fue colocada por Gaudí en sus obras capitales, representando una naturaleza vegetal petrificada que mantiene, sin embargo, un foco de vida. Muchas de estas imágenes se hallan en el Park Güell. El Árbol de la Vida, como bien indica su nombre, es el árbol inmortal, el símbolo de la vida eterna. La representación iconográfica más reiterativa de esta clase de árbol es el ciprés. El arquitecto catalán lo sitúa en el centro del pórtico del Nacimiento de la Sagrada Familia, rodeado de palomas blancas, que a su vez, simbolizan las almas renovadas que ascienden hacia el cielo.

El Dragón Igneo y el Laberinto.

La imagen del dragón es una constante en la obra de Gaudí. Ciertamente, es una imagen que asociamos de forma inmediata a la leyenda de Sant Jordi, patrón de Cataluña, pero, a diferencia de otros arquitectos modernistas, Gaudí lo representa siempre de forma solitaria. El dragón situado en la verja de los pabellones Güell está inspirado en "La Atlántida" de Verdaguer; se trata de un dragón encadenado que custodia el acceso al jardín de las Hespérides. El dragón está ligado al simbolismo de la serpiente, no es otra cosa que una serpiente con alas que arroja llamas por la boca o la nariz. Los rosacruces introdujeron imágenes de caballeros que clavaban sus lanzas en dragones furiosos. Al analizar las características míticas de este animal, su ardor ígneo aparece como la representación de nuestros instintos más incontrolables. Vencer esta fuerza, dominar nuestro espíritu, supone la posibilidad de penetrar en los dominios del Ser.

LA SAGRADA FAMILIA

Han pasado casi 130 años desde que se empezó a construir la que muchos conocen como “la catedral de los pobres” –ya que desde su comienzo en el año1882, se ha financiado gracias a las aportaciones de particulares-. La gran mayoría de visitantes quedan embelesados por sus poderosas agujas, que se alzan orgullosas y desafiantes al cielo, como deseando acaricicar las virginales nubes. Sin embargo, son pocos los que sben que la última gran catedral europea, obra máxima y póstuma del místico, hermético y sobrio arquitecto Antoni Gaudí, a la que dedicó 40 años de su vida, es una gigantesca enciclopedia esotérica, aunque la mayoría de las veces la gente no sepa observarlo.


El primer investigador que trató a Gaudí no sólo como un gran arquitecto, sino como una persona iniciada en el mundo del esoterismo sagrado, fue el escritor y politólogo Joan Llarch, cuando estaba éste preparando su libro Gaudí, biografía mágica (Plaza y Janés). Llarch nos presenta un Gaudí místico, iniciado en alquimia, la simbología hermética medieval, la astrología y emparentado en ocasiones con los últimos grupos gremiales de origen medieval que posiblemente perviven todavía hoy, casi ocultos en tierras francesas. Gaudí parecía estar dotado de unos profundos conocimientos en geobiología y fuerzas telúricas, ya que escogió –o mejor dicho, aceptó- aquel lugar para edificar su obra maestra, pues creía que uno de los tres dólmenes prehistóricos que se sospecha tuvo Barcelona estuvo situado donde hoy se levanta la cripta del templo. Sobre esto último hay serias dudas, pues parece ser más que seguro que quien escogió exactamente el lugar fue un oscuro personaje, a medio camino entre el ilustrado coleccionista –además de editor- de libros raros y antiguos y el rico mecenas oculto, de nombre Josep María Bocabella, amigo personal de otro personaje emblemático de la mística catalana, y llevado luego a los altares, Antonio María Claret. Incluso está probado y documentado que la primera piedra de la cripta fue colocada por Francisco del Villar –gran amante e investigador del estilo gótico-, pero éste, por razones no muy claras, posiblemente debido a problemas con J.Martorell, representante de Bocabella, dejó su puesto para pasar a ocuparlo el joven y entusiasta Gaudí, que hizo algunos cambios en la estructura de la cripta, pero respetando las principales líneas de su antecesor, el cual tenía previsto desde un principio construir un gran edificio gótico, al más puro estilo esotérico y hermético medieval.


La Sagrada Família se puede visitar de dos maneras: como simple turista que, armado de una cámara de fotos o vídeo, recorre el conjuntp arquitectónico escuchando lo que el guía “oficial” le cuenta, o con los “ojos y la mente abiertos”, como decía Llarch, a la otra realidad. Buscando en cada columna, rincón, grabado, campanario y escultura, la parte, el símbolo, el mensaje lítico pero trascendental que muy posiblemente Gaudí quiso transmitir a quien supiera leer y conociera el milenario “lenguaje de los pájaros”.


Absolutamente nada en su construcción deja de contener un sentido hermético y esotérico. Sin ir más lejos, cuando el edificio esté totalmente terminado tendrá doce agujas. Dicha cifra, según Llarch y también Utset Cortés, escritor especialista en temas religioso-esotéricos, no se debe precisamente al piadoso número de apóstoles, sino a cada uno de los signos zodiacales.
Encontramos repartidos por todo el edificio muchos otros símbolos astrológicos que Gaudí nos legó en su obra y que la gente no sabe o no puede observar por desconocimiento. Un claro ejemplo lo encontramos en el pórtico del Nacimiento, donde se puede apreciar un toro con sus facciones ornadas con una serie de estrellas, posiblemente la constelación de Tauro, y muy cerca está Aries, y algo más alejados pero en la misma parte de la estructura, se hallan Virgo, Leo, Géminis y Cáncer. Según la teoría astronómica de Llarch, dichos símbolos representan exactamente la relación entre el solsticio de verano y el de invierno. Al visitar dicho enclave deberíamos hacer el recorrido con los ojos bien abiertos y la mente liberada de prejuicios y fijaciones ortodoxas para poner atención en dos esculturas que aunque fueron oficialmente cristianizadas para el gran público, nos atreveríamos a decir que, a priori, guardan todo el conocimiento alquímico que Gaudí dominaba. Nos estamos refiriendo a la insinuante serpiente que parece surgir de dos figuras parecen representar a Jesús y el apóstol traidor Judas Iscariote. La otra es el gallo que, desafiante y orgulloso, da la bienvenida tanto a los fieles como a los turistas o “buscadores” que entran en el templo, y que, en cambio, por lo general, no parecen prestarle atención. Lógicamente, para el catolicismo convencional, el primer símbolo representa sencillamente al reptil que pícaramente engañó a Eva en el Paraíso Terrenal, y el gallo a las “negaciones” del polémico apóstol y primer pontífice San Pedro. Sin embargo, para los seguidores y conocedores del hermetismo y la alquimia queda claro que el gallo es específicamente un símbolo solar, que representa el Alma y el Azufre, mientras que la serpiente es el símbolo del Mercurio, fluido como el agua, y que serpentea sabiamente como este reptil. Un animal lleno de simbología, ya que también está vinculado en diversas culturas de todo el planeta con las energías telúricas que corren por debajo de muchos de los grandes monumentos sagrados, una constante en diversos lugares del templo, y así, desde el exterior que da a la transitada calle Provenza, podemos observar cómo en sus muros, grandes sierpes nos contemplan y parecen querer indicarnos o convencernos de que los fluidos energéticos de nuestro planeta, los mismos que existen debajo del impresionante templo, ascienden por las pétreas agujas de la gran catedral, para fundirse con las energías celestes o cósmicas, confirmando la famosa y hermética máxima de “arriba como abajo” de la Tabla Esmeralda.


Al recorrer el exterior del templo observaremos una ingente cantidad de símbolos que en pleno siglo XXI pueden parecer ajenos a un templo moderno: Salamandras –Azufre-, tortugas –primera materia de la Gran Obra-, sapos –sal común reducida a aceite-, caracolas –el número de Dios o Áureo-, espirales –el orígen primigenio-… parecen ascender y descender en el pétreo silencio por sus muros, recordándonos la abundante simbología hermética que hay grabada o esculpida en los grandes templos góticos. Los cuales en muchos casos siguen guardando para el gran público el secreto de su mensaje.


Pocos son los que saben que el hermético arquitecto de la Sagrada Familia fue en su juventid un gran admirador de Violet-le-Duc, quien destacó por reafirmar la naturaleza estructuralmente orgánica del gótico y pertenecer así mismo a diversas sociedades secretas. Fue este artista galo, sin duda uno de los últimos grandes arquitectos iniciados, el postrer gran conocedor del verdadero misterio gótico, el restaurador junto al francmasón Jaques Félix Dubán, de una parte de la catedral parisina de Notre-Dame, además de un entusiasta estudioso de los secretos del Temple.


Muy posiblemente fue de dichos trabajos de donde Gaudí extrajo parte de la simbología que reina por todas partes en la Sagrada Familia. También creemos que de sus estudios basados en las fuentes escritas de Violet-le-Duc, proviene esa afición tan propia por decorar algunos de sus principales monumentos medievales que nos recuerdan a los caballeros templarios, los cuales nos dan la bienvenida en la misma entrada al templo expiatorio, donde figuras de caballeros a pie y a caballo montan disciplinada guardia en la puerta principal. Este aspecto es repetitivo, ya que algo muy parecido sucede en pleno Paseo de Gracia, donde desde lo alto del también edificio gaudiniano de la pedrera –Casa Milá-, sus caballeros observan con mirada enigmática a los miles de paseantes, callados pero siempre alerta, como celosos centinelas cubiertos en sus yelmos y corazas.


En los cultos mistéricos de la antigüedad, existía una muerte simbólica y una resurrección, y nuestro arquitecto deja esta simbología esculpida en la piedra, concretamente en dos de los pórticos. Para muchos iniciados, y Gaudí lo era, la línea recta simboliza al hombre, mientras que la curva es el reflejo de Dios, por lo cual el artista dejó el pórtico de la Pasión, bien marcado por las aristas rectas y cortantes, y contrariamente el pórtico del nacimiento está dominado sin duda por la curva. Uno de los mayores misterios de este templo es su célebre cuadrado mágico. Si lo examinamos atentamente, comprobaremos que la suma de las cifras contenidas en sus columnas, en sis filas y en sus dos diagonales, nos dará siempre la cifra de 33. Si, a su vez, dividimos el cuadrado en cuatro cuadrados menores, la cifra vuelve a ser de 33, y la suma de los números situados en los vértices del cuadrado, igualmente repite el número. Lógicamente, la iglesia y los fieles más conservadores aseguran que se trata de la edad de Cristo al morir en la cruz, pero otros, los menos y más heterodoxos, verán que coincide exactamente con los 33 grados de la masonería, y no será ésta la única relación del templo con dicho movimiento, pues en otras partes podemos observar triángulos o una escuadra, clarísimos símbolos masónicos y de marcada incomodidad para la iglesia.


La cripta parece una inmensa fábrica de espiritualidad y misticismo. En su interior todo es piedra y silencio. Parece que ni el más ligero ruido se atreve a despertar de su sueño eterno al gran arquitecto que allí reposa. Las impresionantes fuerzas telúricas del recinto subterráneo parecen fluir por sus paredes. Quizá en lo más hondo de la cripta, bajo su pavimento, se esconda todavía a Gaudí o a alguien antes que él, que aquel lugar, cruzado por las serpientes telúricas de la Madre Tierra, era el enclave perfecto para levantar el templo. Podemos asegurar que no se siente la misma sensacióm al visitar el inmenso edificio como simple turista a cómo se puede sentir si vamos tranquilamente intentando descifrar poco a poco, uno por uno, los arcanos símbolos, las señales, los mensajes, los “guiños” que Gaudí dejó en las ya centenarias piedras, como el más perfecto ejemplo de la que sin duda es y será la última gran catedral hermética erigida en el mundo. Dudo mucho que el actual pontífice, sepa o quiera reconocer que bendiciendo oficialmente la Sagrada Familia está santificando un lugar de poder que contiene algunos mensajes que muy poco tienen que ver con la visión ortodoxa de la iglesia católica.

Fuentes: Año Cero nº 168 / Revista Enigmas nº 179

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